Relato: Crecer en los suburbios de América, 1957–1968
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Me llamo Margaret Thompson y nací en 1945, justo cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Crecí en Levittown, una comunidad suburbana en las afueras de Filadelfia que fue construida especialmente para familias como la mía: blancas, de clase media, con padres veteranos de guerra. Era una de esas casas casi idénticas, con jardín al frente, garaje y una bandera americana colgada en el porche.
Vivienda y entorno
La vida en los suburbios era, en muchos sentidos, predecible. Mi padre trabajaba como vendedor de seguros y mi madre se quedaba en casa, tal como se esperaba entonces. Ella cocinaba, limpiaba y nos llevaba a mi hermano y a mí al colegio o a catecismo los domingos. La familia, la religión y el consumo eran los pilares de nuestra vida. Tener una heladera General Electric o una televisión Zenith era símbolo de progreso.
El automóvil era central en nuestra rutina: íbamos a todos lados en el Ford Fairlane familiar. No había mucho transporte público en los suburbios, y caminar largas distancias no era una opción. El auto era más que un medio de transporte: era símbolo de estatus, libertad, y parte de la identidad americana.
Escuela y educación
Asistí a una escuela pública segregada en su mayoría. No lo cuestionábamos. Se hablaba poco de política o racismo en casa. En la escuela aprendíamos sobre la grandeza de Estados Unidos, los Padres Fundadores y la amenaza comunista. Recitábamos el Juramento a la Bandera todas las mañanas. Las chicas teníamos clases de economía doméstica; los varones, carpintería. Todo estaba orientado al rol que debíamos ocupar: esposa o proveedor.
Cultura y medios
La televisión era el corazón de la vida familiar. Veíamos Leave It to Beaver, I Love Lucy y los noticieros de Walter Cronkite. Mis amigas y yo soñábamos con ser como Doris Day o Jackie Kennedy. La publicidad nos decía que la felicidad estaba en tener una casa limpia, un esposo exitoso y niños bien peinados. El consumo era casi un deber patriótico. Ir al centro comercial era un evento semanal.
Transformaciones
Pero todo empezó a cambiar cuando tenía unos 18 años. Mi hermano fue sorteado para ir a Vietnam, y eso rompió la tranquilidad familiar. Yo comencé a asistir a una universidad estatal en 1963, y allí conocí otras voces: movimientos por los derechos civiles, mujeres que cuestionaban su rol, y compañeros que rechazaban la guerra. Fue un despertar. En casa, mis padres no entendían por qué me dejé el pelo largo y comencé a usar jeans y leer a Simone de Beauvoir.
Reflexión
Vivir en los suburbios en los años 50 fue como vivir dentro de un comercial de Coca-Cola: todo parecía perfecto en la superficie, pero debajo había muchas cosas que no se decían. Crecí creyendo en el sueño americano, pero al llegar los años 60, empecé a ver sus límites: el racismo, el sexismo, la guerra. Aún así, valoro haber vivido ambas caras de ese Estados Unidos. Me enseñó a no conformarme con lo que me decían que debía ser.
Relato creado con IA.
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